martes, 23 de julio de 2013

Alivio de mar

Hoy me he levantado pronto. Con las primeras luces, como se suele decir. Me he acercado hasta la playa. Allí, sentado sobre una roca, estaba el poeta.  Puesto el sombrero. Con los pies en el agua. Mira el mar y escribe.
Dicen que lo hace para aliviar sus penas. No lo sé. El día se va encendiendo poco a poco. El sol se dispone a salir. Me reconforta mucho esta imagen. Al poeta parece que también. Casi todas las mañanas viene el poeta hasta la orilla del mar y escribe. Y mira. Escribe versos a la persona que ama. Es lo único que apaga su tristeza. La mujer que ama está al otro lado del mar. En otra tierra después del horizonte. La marea le cuenta sobre ella y lo escribe para no olvidarla. Él le contesta cosas bonitas a través de las olas. Se lo dirán. El mar no guarda silencio en estas cosas.
A lo lejos veo moverse unas velas. Serán de alguna barca que está faenando. Luego traerá el pescado. Justo sobre la línea del horizonte hay un barco de carga que cruza hacia el oeste. Lo hace lento y parsimonioso. Se desliza. Y el poeta sigue escribiendo recuerdos que el mar le trae. Para unos segundos y se queda mirando el sol. Luego ya no lo podrá mirar. Nadie puede mirar el sol. Por eso dicen que pasea sus penas al mediodía.
Sólo puedes contemplarlo cuando amanece o cuando se acuesta. Se le ve rojo y mojado. Enseguida proyecta  nuestra sombra que aparece alargada en exceso. El mar cambia el color. Plateado, dorado y luego azul. Las olas despiertan y llegan a la orilla de la playa de otra manera. Al poeta, el mar ya le llega hasta las rodillas. Distinto a como lo hace de noche.
Desde que la persona que ama no está a su lado el mar le parece distinto. Así piensa el poeta. Él escribe para no olvidarla. Por eso viene todas las mañanas. A veces se oye el ruido de alguna lágrima que cae al agua. Las olas la recogen mientras el poeta mira. Se la llevarán mar adentro porque el mensaje está en la lágrima. Ella lo entenderá en cuanto la vea.
Cuando llega la noche el poeta sale a la terraza de su casa. En una tumbona de verano. Las luces apagadas. Mira las estrellas y sonríe. Le transmiten emociones y sentimientos ya vividos con ella. Eso dice y la gente le sigue la corriente. Tiene la costumbre de cenar algo de fruta. Luego, bien entrada la noche, encenderá una lámpara y escribirá para ella. El fresco de la noche y la brisa del mar ayudan a pensar. El poeta no se descalza como yo. Simplemente anda descalzo todo el día. Vaya dónde vaya. Haga lo que haga.
Cuando aparezca el sueño los párpados le avisarán. Entonces recogerá todo y se irá a dormir. Mañana con las primeras luces volverá a estar a la orilla del mar.
Perdonad mi despiste. Yo contando y no he presentado al poeta. Se llama Eugeni. Hombre cabal e inteligente. Aquí le conocen como "el profesor" porque da clases en la universidad. Para mi siempre será el poeta porque yo he leído los versos que escribe. Todos los veranos recala en una pequeña casita de su propiedad a escasos metros del mar. Este año está solo.
La mujer que ama se encuentra al otro lado del horizonte. Este verano toca trabajar. Alguna tarde su mente se rebela y no se inspira. Abandona la pluma y el papel y los mira de reojo desganado. Es el momento de ponerse a coquetear con los recuerdos. A ver si cuela. Son recuerdos de poeta enamorado. Habla con argumentos sólidos por lo que no precisa gritar ni levantar la voz.
Así vive Eugeni. Alguna tarde sale a pasear. Cuando la gente siestea y huye del calor. Sólo algunos niños juegan a sus cosas a la sombra de los portales. Y se acerca hasta el quiosco de Fran. Coge algunos libros ya leídos por otros. Son de segunda lectura y Fran los vende por cincuenta céntimos de euro. Si alguno le llama la atención se lo lleva. Hablan para ocupar el tiempo. Este es el poeta de un pueblecito costero de la Isla. Salud.