martes, 18 de diciembre de 2012

Recuerdos

Este reencuentro no dejó de ser apasionado. Pero traicionero a la vez. Deseaba rescatar un trozo de mi vida. Formaba parte de mi pasado imperfecto. Volvimos a vernos después de haberlo dejado y la seguí con los ojos cerrados. Quizás fue por eso. Por hacer las cosas con los ojos cerrados. Antes una ausencia y una añoranza. Ahora un mundo interior en ruinas. Completamente destruido.
Después de eso me siento atrapado en un vendaval de ideas que tengo que organizar. Necesito poner orden en mi caos interior y plasmar en hojas blancas mis sentimientos o lo que quede de ellos. Hace tiempo se lo encomendé todo al olvido y éste lo aceptó. Ahora, un encuentro, la memoria, una fecha y un lugar me han jugado una mala pasada. Pero sé el camino de salida. Lo seguiré sin mirar atrás.
Como forma de terapia me encuentro sentado a la orilla del mar. En la misma playa. Llevo tiempo así. He mantenido una conversación con el mar, con el viento, con el sol, con la lluvia y las estrellas. Todos me hablan de lo mismo. Me hablan de ella. Pero yo no he venido a eso. He venido a calmar mi ánimo.
El mar se comunica con las olas cuando golpean mis pies descalzos. Comprendo lo que me dice. Quiero escribir el libro de mi vida. El libro de nuestra vida antes del desespero. Hay párrafos que los dejo en blanco porque son privados. Íntimos. Secretos. El resto lo dibuja la pluma de forma certera en la hoja. Así estoy. A cada duda pregunto al mar. Lo sabe todo. Nuestros mejores momentos han sido junto a él. También lo sabe el viento que me dice cosas a ráfagas en pleno rostro. El sol cuando me ilumina, la lluvia cuando me moja y las estrellas con su silencio. También fueron testigos.
Hablan y hablan guardando turno. Los escucho. Quieren que estemos juntos. Pero de lo nuestro sólo quedan recuerdos en forma de ceniza y humo. Me recuerdan... en las noches de insomnio... para que las escriba. Es privado, contesto. Me insisten todos ellos. Bueno... Es verano. Al resguardo de un acantilado, de unos romeros y chumberas mediterráneas. Abajo, la orilla del mar. Una música de baile que llega hasta nosotros en forma de eco desde una casa cercana.
Ameniza la noche y da ritmo a las caricias y a las cómplices miradas. La oscuridad, a menudo, borra nuestros rostros. Pero la brisa marina nos envuelve con nuestros propios aromas y el aroma salado del mar. Nuestras siluetas se dejan entrever con la luna llena. El calor del verano nos hace sudar y la proximidad nos aceleraba el corazón.
Nos miramos los brillos de los ojos como si fueran espejos. Más allá de ellos, en las retinas, estan escritos aquellos versos que no sabíamos decirnos. Cosas de jóvenes enamorados. Momentos de felicidad anteriores a la tristeza de las despedidas. Del hasta luego. El mar y el viento me lo recuerdan. Las olas mojan mis pies sin parar y me traen información. La gente no me creerá cuando diga que he hablado con el mar, con el viento, con el sol, con la lluvia y con las estrellas. Si no me creen es que no entienden de amor.
Ahora con los ojos cerrados pienso en ello y me produce desazón. Nos prometimos muchas cosas. Cumplimos muchas cosas. Pero no todas. Ahora quedan ruinas en mi interior. De tí, no sé. Tu ausencia ha sido añoranza. Ahora, pero, han vuelto a sangrar las heridas y a doler. Bendito dolor a cambio de unos momentos contigo en el acantilado. El mar abajo y nosotros escondidos entre chumberas mediterráneas. Recuerdo lo que te gustaba que te peinara con mis dedos.
Confidencias, confesiones, promesas. Queríamos darnos todo y recibir todo. El día que partiste se rompió nuestra vida de sueño y el sueño de nuestra vida. Ahora sólo me queda el mar. Me habla y me hace compañía. Me recuerda lo que quiero olvidar. Pero no me deja.
Pido disculpas por mi caligrafía pero el pulso me tiembla con tantos recuerdos. Podeis contemplar mi corazón y veréis que no miento. Quiero que termine el verano y que la noche llegue antes. Y el frío. Las gaviotas que ahora me sobrevuelan son las mismas.
Me gusta tocar el agua del mar pero no tiene la suavidad de su piel. El aire y el sol tampoco. La añoranza es más llevadera con el mar a mi lado y la brisa en mi cara. Seguramente volveré a recordarte el verano que viene. Seguramente. Salud.