sábado, 11 de agosto de 2012

La Tierra Prometida

Llevo veinticuatro horas pensando y me estoy planteando seriamente la posibilidad de que soy un ingenuo. Claro que a mi edad no debería de serlo. Tantos años forman el espíritu, la mente y la personalidad de cada cual y le hacen inmune a ciertas cosas. Pero incluso razonando de esta forma sigo concluyendo que soy un ingenuo. También podría ser que otros me tomaran por tonto y yo no hubiera caído en la cuenta. Podría ser. Cuando me hago esta pregunta salgo de un saludable letargo que aquí llamamos "siesta". No me refiero a una siesta cualquiera de aficionado. Una siesta de aprendiz de hacer siestas. No es así. Me estoy refiriendo a una siesta de profesional. De estas de holgazanear hora y pico con los ojos cerrados y la mente en babia más allá del horizonte. 
Pasado esto necesito un tiempo de recuperación. De ponerme al día y al momento. Recuperar mi identidad de siempre. Someterme al tiempo. Actualizarme y reiniciarme. Esto lleva otro tiempo o un tiempo entre momentos de mi vida. Un entretiempo en el que he estado vivo pero que no he vivido ciertas cosas porque esto es la verdadera esencia de la siesta. 
Bueno, no nos liemos. Estando en la situación que describo hay cosas que deberían estar prohibidas e incluso tipificadas como delito en el código penal. Me refiero a estas visitas que uno tiene a menudo y que me desconciertan y me desesperan al mismo tiempo. Tengo que salir airoso de este tipo de visitas pero me encuentro en inferioridad de condiciones toda vez que todavía no soy yo y mucho menos entre mis circunstancias habituales. Soy un homo post siesta, por tanto, poco sapiens. Una niebla invade mi entendimiento y me dificulta el pensamiento normal. Estoy lento e ineficaz. Los que vienen a visitarme tienen todas las de ganar.
Abro la puerta con espíritu ganador y hago que se me note en la mirada. Ya sabes a que me refiero. Puedo ser derrotado pero no fácilmente. 
¡Buenos días. Dios existe y venimos a ofrecerle la tierra prometida! 
Cierro la puerta. Me apoyo en la pared con la mano en el pomo de la puerta. Cierro los ojos y respiro profundamente. Pienso si todo es real y veo que sí. Vuelvo a abrir la puerta. ¡Buenos días. Dios existe y venimos a ofrecerle la tierra prometida! 
Dos señores trajeados próximos a la edad de jubilación de antes de la crisis. Un maletín y una revista similar a la hoja dominical de los obispos pero en blanco y negro. Me miran con cara de asombro por lo ocurrido antes. Cuando les cerré la puerta. La mejor defensa es un buen ataque. Paso al ataque. 
¿De cuantas hectáreas estamos hablando y a qué precio me vende Dios la tierra prometida? La tierra prometida es gratuita e ilimitada y Dios la ofrece a quien quiera seguirle. Cuando le llegue el momento de vivir la vida eterna usted le entregara el alma que se le prestó y podrá disfrutar de ella. Piense que le estamos ofreciendo algo a lo que no se puede negar. Es un bien inmaterial con el que disfrutará de la felicidad infinita y eterna a cambio de algunos sacrificios terrenales. 
Últimamente todo el mundo me habla de sacrificios terrenales y temporales. Ya empiezo a mosquearme. 
¿Trabajan ustedes para el gobierno? ¡No! Somos hijos de Dios y le damos la oportunidad de unirse a nosotros para alcanzar la vida eterna e infinita. 
Miren, no es nada personal, tengo mucha familia y lo llevo bien así. No me veo preparado para asumir más y menos de sopetón. No podría, sinceramente.
¿Ha leído usted la biblia? De pequeño en la escuela algunos párrafos. Ahora leo otras cosas bien distintas. La tierra prometida está en su corazón y en su espíritu. 
Yo no quiero tierras. No tengo tiempo ni vocación para cuidarlas. Yo mismo soy un damnificado de la crisis y lo único que me preocupa es mantener mi puesto de trabajo y tener un sueldo digno. ¿No me podría cambiar Dios la tierra prometida por un puesto de trabajo fijo y  mejor? 
Los dos trajeados empiezan a perder la compostura. Se les nota inquietos. No representamos a ningún club social. Le ofrecemos la paz eterna en el cielo junto al creador. Deje sus vínculos terrenales y Dios Padre le recompensará con una vida eterna a su lado. 
Es tentador. Ahora mismo salgo de una siesta y no estoy en condiciones de pensar y tomar una decisión de tal trascendencia. Pues vendremos otro día que usted quiera y que esté en condiciones de mantener una conversación sincera con nosotros y consigo mismo. Que tenga la inteligencia puesta y que pueda actuar con respetuosidad. 
¡No! No vuelvan. Invertiremos el tiempo en cosas más provechosas. De todas formas no estoy interesado en tierras ni en vidas eternas. Debo ser coherente conmigo mismo. Salud.